Nadal se enamora de De Miaur con el Dios y su feliz despedida sigue en duda
Pocos deportistas, quizás ninguno, merecen una despedida tan dulce como esa Rafael Nadal. Nadie había ganado tanto luchando contra su propio cuerpo, nadie había soportado tanto, nadie había resistido una avalancha de dolor tan violenta. Por tanto, la simple duda ahora parece una injusticia: ¿ser competente? Nadal, como ya ha admitido, no se beneficiará de una despedida brillante, no quiere que se le rindan homenajes donde era un gigante. Necesita salir con victorias y aún se desconoce si podrá hacerlo. Este miércoles, en la segunda ronda del Trofeo Conde de Dios ante el australiano Alex de Miaur, perdió por 7-5 y 6-1, dejando argumentos para el optimismo y más aún para el pesimismo.
Su Grand Slam, Roland Garros, el escenario elegido para colgar -o no- la raqueta, donde se jugará todo lo que le queda, arranca dentro de apenas un mes y él, su equipo, sus seguidores, el deporte en su conjunto, podrán aguantar. por una razón u otra. Ahí cada uno.
En sus primeras declaraciones, Nadal expresó el lado positivo al quedar eliminado en Barcelona. Después de casi dos años sin jugar en tierra batida y casi sin jugar, este miércoles pudo mantener dos horas y xxx en el campo que lleva su nombre y hacerlo en condiciones. En realidad, esta es una conclusión para un partido: está sano. Y ya es demasiado. A diferencia de la primera ronda contra el italiano Flavio Cobolli, esta vez Nadal sí encontró oposición en De Miaur, supo exigir a su cuerpo y su cuerpo respondió.
Durante todo el partido no necesitó asistencia, vendajes ni otros tratamientos y mantuvo el mismo ritmo. Además, después de tantos meses sin poder practicar su saque y volea, demostró en los numerosos entrenamientos con su revés, un tiro a la altura de sus mejores años. Con su asombrosa mentalidad y esa herramienta logró remontar un déficit de 3-0 en el primer set y convertirlo en una ventaja de 3-4 que casi lo lleva al desempate.