
La experiencia es importante, pero en algún momento puede convertirse en un lastre. En entornos complejos, tiene un peso relativo e incluso puede ser negativo. Robin hogarth, profesor emérito de la Universidad Pompeu Fabra, define los entornos de aprendizaje en los que nos movemos en dos tipos: buenos y malos. La primera es donde los patrones se repiten una y otra vez y las reacciones a las acciones son precisas y rápidas, como jugar al ajedrez, al golf o a la cerámica. Las reglas del juego no cambian y el alumno mejora simplemente repitiendo la actividad e intentando mejorar.
La mayoría de las veces vivimos en entornos malos, donde las reglas del juego no son claras ni justas. En esos entornos, nuestras decisiones se complican. Puede haber ciertos patrones, o no, pero puede cambiar por completo. Este es el caso en la sociedad, en la interacción con las personas o en el mundo empresarial. De repente, un competidor de otro sector irrumpe en el mercado y lo transforma. O llega a nuestro departamento una persona más creativa que se destaca por sus ideas. Solemos vivir en malos entornos y cuando se complica, la experiencia puede jugar en nuestra contra. Nos aferramos a lo familiar mientras muchas otras variables que nos rodean se nos escapan.
El periodista estadounidense David Epstein sugiere la forma de resolver este problema en su maravilloso libro Amplitud (Empresa activa). La alternativa es desarrollar una mentalidad amplia o mantener un pie fuera del mundo del que tanto conocemos. En su texto describe con múltiples ejemplos la posibilidad de abrirnos a otras experiencias y huir de la hiperespecialización. Nos limita a vivir en el mundo actual y a vivir en un entorno malo o inseguro como el nuestro.
La importancia de abrir conocimientos distintos a los que nos alimentan se puede constatar en una información muy sencilla. Cualquiera a pie tiene las mismas oportunidades para Hobby como los que ganan un premio Nobel. Sin embargo, En lo que respecta a los científicos, los premios Nobel tiene hasta 22 oportunidades más ser también actores, bailarines, magos o cualquier otro artista. Cuando los científicos reconocidos a nivel nacional se comparan con los más discretos, los primeros más posibilidades ser escultores, músicos, pintores, carpinteros, mecánicos, escritores o poetas. Como concluye Epstein: los expertos exitosos también pertenecen a un mundo más grande. Esta conclusión no solo es válida en ciencia, ni en ingeniería, ventas o música.
Entrenar nuestra amplitud de miras no es suficiente para desarrollar la curiosidad por algo que está lejos de nuestra experiencia, sino para impregnarnos de otros conocimientos. No basta con conocerlos arriba, sino experimentarlos, comprenderlos y aprenderlos. Esta propuesta rompe el concepto de 10.000 horas de formación como excelente vía para alcanzar la excelencia, tal y como defiende el Cambridge Handbook of Expertise and Expert en un estudio publicado en 2006 y que sirve de inspiración a varios libros y autores. Parece que esta teoría solo se puede aplicar en buenos entornos.
Para tener éxito, por supuesto, debemos practicar, pero también abrirnos a nuevas experiencias que nos permitan ganar flexibilidad espiritual. A esta actitud la llamamos en un artículo anterior el currículum B, que no suele ser reconocido en nuestros resúmenes profesionales, pero que sin embargo abre la puerta a la excelencia o al éxito. O como lo resume maravillosamente el premio Nobel Ramón y Cajal, padre de la neurociencia moderna, “a los que observan desde lejos, que parecen estar derrochando y disipando su energía, al mismo tiempo que la canalizan y amplifican”.
Epstein abre las posibilidades para un nuevo desafío: promover la mentalidad abierta y el pensamiento interdisciplinario en un mundo que fomenta e incluso exige la hiperespecialización. Entonces, si pensamos en cada uno de nosotros, ¿qué podemos hacer para tener una mente más abierta?