
Del Ferrol de uniformes, desfiles y fusiles surge el dictador que subyugó a España durante 40 años. Del otro Ferrol, el metalúrgico, el proletario y el feroz luchador del franquismo, surgirá como vicepresidencia en España el primer militante del aún vivo Partido Comunista (PCE). Yolanda Díaz, que en mayo cumplirá 50 años desde su nacimiento en la ciudad gallega, forjó el otro mundo en las vértebras del barco de Ferrol en su ADN. Hasta que entró en política, la futura vicepresidenta era sobre todo la hija de Suso Díaz, el trabajador capturado por la dictadura que lideraría CC OO en Galicia. Parecía casi una simple tradición familiar que un día decidiera hacerse con el liderazgo del IE gallego, entonces una potencia marginal y sin perspectivas de crecimiento. Tampoco hubo grandes apuestas a su favor cuando él, 15 años después y un poco a regañadientes, llegó al Ministerio de Trabajo en el gobierno de coalición.
Pero ahora está la hija de Suso, la líder que lanzó proclamas anticapitalistas, para sorpresa de tanta gente transformada en la ministra de Podemos Unidas, la mejor valorada fuera de su espacio político. El defensor del trabajo, siempre del lado de los sindicatos, se transformó en una voz conciliadora con los empresarios. La mujer que luce su carnet del PCE será la vicepresidenta segunda y, según los planes de Pablo Iglesias, el próximo cartel electoral de United We Can.
En el video, el perfil de la ministra de Trabajo y Economía Social, Yolanda Díaz.
La operación se ha estado acelerando últimamente, aunque Iglesias la ha estado preparando durante mucho tiempo. Afuera de las puertas, el segundo vicepresidente entró en todo tipo de nidos de cuernos y era difícil adivinar que detrás de alguien que aparentemente buscaba tanta fama, un líder se escondía y sospechaba un paso atrás. Y que una ofensa comenzó a persuadir a Yolanda Díaz, su novia de toda la vida, mucho antes de que Podemos tomar el relevo.
Iglesias concluyó que el mejor cartel electoral de Unidos Podemos ya no era él sino Díaz, y se lo mostró en varias ocasiones. El ministro quitó la presión. Cuando los argumentos políticos no le alcanzaban, recurría a los argumentos personales: “¿Cómo voy a querer quedarme en Madrid si tengo una casa junto al mar en Galicia?” Iglesias insistió porque la conocía y sabía que ella siempre diría que no primero. Esto ya le había pasado cuando solicitó el Ministerio. Ella se negó e incluso escuchó a su padre por la prensa que ella era una de las sugeridas por United We Can. Iglesias casi no le dio otra opción: “Vas a ser ministra”. Esta vez sucedió algo similar. La elección de Madrid se le presentó al aún vicepresidente como la oportunidad de dejar el gobierno. Y después de que tomó la decisión, llamó a su amiga para anunciarle que le estaba dando el testimonio.
Díaz dice que hasta que conoció a Iglesias, nunca pensó que algún día podría estar en el gobierno de España. Antes de llegar allí, el proyecto de IU era otra cosa: mantener viva una llama histórica, tocar el poder local y, a lo sumo, influir desde el exterior. Su única experiencia en gestión pública fue de tres años, entre 2005 y 2008, como número dos del Ayuntamiento de Ferrol (A Coruña, 66.000 habitantes), al que dimitió por diferencias insuperables con el alcalde del PSOE. Su alianza con el nacionalismo de izquierda de Xosé Manuel Beiras, cuando los dos partidos empezaron a desintegrarse en toda España, le valió días de éxito en el parlamento gallego. Hasta que el experimento desembocó en un incesante calvario de conflictos internos y encontró su refugio en el Congreso de los Diputados.
Cuando fue nombrada en el Partido Laborista, la acusación más escéptica contra Díaz fueron antecesores como este, o como su papel en la eliminación de United We Can del Tratado de Toledo. Las sospechas empezaron a desaparecer con un big bang a los pocos días: un acuerdo que involucraba a los empresarios para aumentar el salario mínimo. Desde entonces, ha subido a la cima y no ha vuelto a caer, y más recientemente también ha jugado un papel destacado en el plan ERTE. Se ha sugerido que la línea de comunicación con los empresarios debe mantenerse siempre abierta, sin comprometer sus planes, bajo los cuales la reforma laboral del PP sigue siendo inválida.
A Díaz no le faltaron las luchas internas en el gobierno, generalmente para defender propuestas que despertaban sospechas en el PSOE. Así tuvo sus momentos de tensión con La Moncloa. Su tensión con la vicepresidenta económica, Nadia Calviño, no es precisamente un secreto, sino un completo enfrentamiento entre el futuro dirigente sindical y el tecnócrata bruselense. Fue Calviño quien con más entusiasmo -y finalmente con éxito- se opuso al pequeño aumento de nueve euros en el salario mínimo para este año que proponía Díaz. Sobre la reforma laboral, las posiciones parecen casi incompatibles. La gran diferencia con la Ministra de Trabajo con las Iglesias es que evitó poner estos pulsos en público. Nada indica que esta línea variará.
Dentro de United We Can, Díaz ha sido libre durante mucho tiempo. Su cercanía a Iglesias y su poca química con Alberto Garzón, ministro de Consumo y Coordinador General de Izquierda Unida, la alejaron de esta organización, que abandonó el año pasado. Salvo su amistad con Iglesias, tampoco tiene vínculos excesivos con Podemos. “Solo me queda una tarjeta: la del PCE”, repite con orgullo. El mismo partido en el que ya estaba activo su padre cuando ella nació, en el momento en que los trabajadores hicieron de la ciudad natal de Franco un campo de batalla contra el franquismo.