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Fue como un eclipse. De repente, al mediodía, se hizo de noche. Durante décadas, España fue a veces más luminosa bajo el cielo, otras nublada, pero durante el día nada se parecía a la noche cerrada que de repente se precipitaba en esos días de marzo de hace un año. Las señales de alerta subieron, pero hace apenas un año el estado de alarma declaró que la abrumadora conciencia de la catástrofe estaba cristalizando. Los siguientes 12 meses arrojaron un saldo alarmante: más de 70.000 muertes registradas por el covid (y un exceso respecto a la media de los cuatro años anteriores de más de 90.000); un colapso del 11% del PIB en 2020; una política en un oscuro estado de malestar y litigio. En todos estos aspectos – sanitario, económico y político – el equilibrio entre el equilibrio español y el de otras democracias desarrolladas es negativo. Sin duda, el gobierno tiene importantes responsabilidades en esto. Pero también hay factores estructurales que no dependen del gobierno de turno, y una confluencia de deuda en un estado de un tribunal cuasi federal. Además del dolor de perder la vida, España también debe analizar las fallas económicas y las fallas estructurales que expusieron la pandemia.
A nivel sanitario, hay problemas especialmente claros en España: el extraordinario número de muertes en residencias de ancianos; el alto porcentaje de inodoros contaminados por falta de equipo de protección; la intensa desescalada a la primera ola y el escollo en la misma roca con la Navidad. El sistema sanitario supo aguantar la prueba de estrés de sucesivas oleadas gracias a la dedicación de sus profesionales, pero la pandemia puso de manifiesto su debilidad por los recortes de la década anterior. También se ha puesto de manifiesto la fragilidad de las estructuras de salud pública – con una ley de 2011 aún no completamente desarrollada – y de los mecanismos de toma de decisiones en un estado descentralizado. El Consejo Interterritorial de Salud, como cogobernador, ha demostrado ser una herramienta poco ágil (y todo se ha visto agravado por la mala actitud política de algunos). Existe una necesidad urgente de fortalecer los servicios centrales del Ministerio de Salud, desarrollar una gestión de datos mucho mejor y reorientar el mecanismo conjunto de toma de decisiones.
A nivel económico, la posición de España en el gnomo de Europa en términos de caída del PIB se explica por su extraordinariamente grande dependencia del sector turístico, el centro del terremoto. Sin embargo, la declaración no es un consuelo. Ante el desastre, el gobierno ha dado respuestas protectoras que en general son correctas en su orientación – ERTE, créditos garantizados por el ICO, fortalecimiento del paraguas social con el ingreso mínimo vital y esta semana asistencia directa a las empresas y al autónomo, pero casi siempre con algún retraso en las acciones de los socios europeos y con problemas de implementación. La pandemia vuelve a poner de relieve problemas endémicos españoles: mercado laboral disfuncional, baja productividad, empresas excesivamente pequeñas, sostenibilidad cuestionable del sistema de pensiones con una base de cotización frágil. Todas estas cosas deberán recibir atención y deberán realizarse reformas. Es fundamental gestionar los fondos europeos de forma eficaz, que los estímulos no se retiren anticipadamente y diseñar un plan fiscal a medio plazo que genere confianza. En el lado positivo, la pandemia ha mostrado una notable voluntad de entablar un diálogo entre sindicatos y empleadores.
El nivel político es aterrador. A la agitación endémica por cuestiones territoriales y la confrontación entre partidos, la pandemia añadió el hallazgo de la incapacidad de superar el interés colectivo de las divisiones partidarias, incluso en tiempos difíciles. En España prevalecen las culturas políticas del frente y la historia, ambas enemigas de las soluciones pragmáticas y de los compromisos, que es el principal camino del progreso. Espero que España sepa aprender de sus errores. Poder. Lo ha hecho en el pasado y se proyecta con un salto extraordinario desde el triste retraso de la dictadura franquista a la realidad viva de una sociedad moderna y próspera.
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